“Yo siempre he sido así”
“Soy una persona con carácter”
“Siempre he sido muy … (tímida, coqueta, muy mía, independiente…)”
“Yo me lo guiso, yo me lo como”
“Desde que empecé el colegio, ya mis padres sabían que me iba a costar mucho…”
Éstas (y otras muchas) son formas de definirnos pero, ¿qué nos lleva a construir un carácter más egoico desde nuestra naturaleza y esencia más bondadosa?
Nacemos siendo pura esencia y es a lo largo de nuestra vida, con las experiencias que vivimos, los entornos dónde nos educamos y cómo nos desarrollamos y las personas que nos influyen que vamos dando forma a unas ideas de “quién soy yo” o nuestro “yo” que no se corresponde con la verdadera esencia del YO.
Nos hemos ido haciendo a lo largo de nuestra historia, desde el momento de nuestra concepción. Creemos que somos lo que hemos ido construyendo de nuestro yo. Creemos también de forma incorrecta que nuestro pasado ya pasó y que nada tiene que ver con quién somos hoy en día, o creer que nuestro pasado no nos afecta al hoy o, como en algunos casos me encuentro en terapia, “¿para qué hurgar en el pasado y mover el fango que tanto tiempo está allí enterrado, si estoy muy bien como estoy?”
Nuestro cuerpo lleva la cuenta. Es como esa “caja negra” que llevan los aviones dónde queda todo registrado.
Cómo decía, nacemos en ESENCIA y es cuando tomamos contacto con nuestro entorno que pone en marcha un proceso de adaptación psicobiológica cuando vamos formando nuestra personalidad, palabra que viene del griego “prosopon” que significa máscara. Por tanto vamos tejiendo y creando un conjunto de máscaras con el que nos definimos.
No voy a entrar en la vida intrauterina que tanto significado tiene para nuestro ser y cómo esta experiencia afecta a nuestra esencia ya que nacemos con un “Máster” en relaciones (primera relación con nuestra mamá u otro hermano en el caso de niños gemelares).
El ser humano necesita de la regulación de su propio organismo, la regulación de sus necesidades. Es algo que va a ir aprendiendo en relación con su madre o cuidador primario, debido a nuestra falta de maduración neurológica al nacer. Es por ello tan importante el estilo de apego que se dé entre la mamá y el bebé, debido a que el bebé no es consciente de lo que le pasa y necesita. Es necesario para ello este cuidador que pueda satisfacer su necesidad y ayudarle a su regulación emocional.
Si la mamá tiene buena inteligencia emocional, podrá distinguir los distintos tipos de llanto del niño y satisfacerlo. así el niño va recuperando el estado de bienestar. Si se hace de manera adecuada y efectiva, de forma sistemática y estable, el niño va aprendiendo a confiar en el otro, a que sus necesidades son importantes, que está bien pedir y que es digno y valioso.
La otra cara de la moneda sería cuándo no se satisfacen adecuadamente, cuando los cuidados recibidos se caracterizan por negligencia, abandono, desencuentro o, en el peor de los casos, maltratos. En estos casos, existe una necesidad que no es satisfecha y va creando mensajes tipo “no soy merecedor o digno de amor”, “no soy importante”, “molesto si pido”, “me bastaré yo solo y no molestaré”…
Estas son las primeras estructuras o creencias sobre las que se van a ir edificando los diferentes yoes que denominamos “personalidad”. Dependiendo del tipo de apego, habrá yoes más exigentes, perfeccionistas, críticos, juiciosos o habrá yoes más bondadosos, compasivos, amorosos con nosotros mismos.